Luca Belcastro
Diario sudamericano
Viaje entre ritos, música y naturaleza
LIBRO y E-BOOK - en castellano
Moretti&Vitali 2011
Milena Bahamonde
Pasar, perderse sin detención ni en tonos ni en sensaciones. Seguir, continuar, simplemente ir. Así va Luca Belcastro, ligero, casi sin equipaje. Su compañero de viaje es un hilito de sol que lo acoge en el amanecer, en medio de los hielos del triste fin del mundo, iluminando su camino en las alturas andinas.
Desde que dejó su natal Como en Italia, quizás la vida se le ha ido transformando tanto, como la percepción de las cosas y el idioma. Después de haber cruzado innumerables fronteras en los cuatro años que lleva recorriendo América Latina, es posible que ni siquiera hable de la misma manera en la que lo hacía cuando era un músico reconocido en Europa; mucho antes de que lo dejara todo para dedicarse a organizar actividades culturales y cursos de composición en los países latinoamericanos e incentivar a otros creadores a compartir.
En este punto del viaje ¿podría regresar?, ¿y a dónde?, ¿si volviera sería lo mismo que antes de partir? No, seguramente ningún viajero puede retornar al lugar de adonde se fue. Entonces, no le queda otra opción que seguir, continuar, sin quedarse en nada mucho tiempo. Quizás en algunos instantes sienta que su transitar no es más que la suma de muchos desarraigos, desde donde ha debido reinventarse a diario, dialogando consigo mismo acerca de evocaciones de un allá y un acá en movimiento constante.
Confía en la luz que lo sostiene, y sigue la exhalación del viento de Sudamérica. Ese mismo que le ha regalado tantas y diversas voces. Una de las que más lo impresionó y que seguramente resonará en él durante un largo tiempo, es la del saludo que entonan los alférez de los bailes chinos, cuando llegan al norte de Chile para cumplir las promesas a la chinita, reina, madre y virgen de Andacollo o de La Tirana.
Él que bien podría recitar en lengua original los cantos del Dante y sus clases de infiernos y paraísos o entonar kiries y glorias en latín, perdió todas las palabras cuando escuchó en Chile a los chinos (que significa servidores en quechua). Nada de lo que conocía parecía alcanzarle para la comprensión de lo que vivía. Si no hubiese estado con ellos en Petorquita, Pachamamita o en otros lugares en el norte de Chile, quizás solo habría llamado flautas desafinadas a las cañas que hacen sonar estos danzantes del valle del Aconcagua, junto a quienes bailó y aprendió a oír la voz del espíritu en humildad y con la devoción de la práctica de un ritual colectivo, ancestral y vivo aún en América Latina.
Así es como Luca ha ido andando por este lado - o mejor dicho - por estos lares del sur del mundo, sin mapa pero con la certeza de ser habitante de la angustia de quienes no conforman el elenco de los hombres convencionales sino que son parte de los llamados "bichos raros". Traza un itinerario único que lo conduce por los caminos de una América Latina genuina, honesta en sus picardías, dolores y misterios mestizos. Rutas donde de tanto en tanto escucha a muchos otros entonar las canciones que entonaba a solas en Italia, como las de Violeta Parra. Ahí donde aprende a distinguir la infinitud de matices que puede tener una sola lengua - el castellano - y practica entre amigos las diferentes cadencias del habla de Chile con sus poh y altiro, de Argentina con sus che, de Perú y Bolivia con sus pues. Ahí se hizo hermano en los desamparos y desconsuelos de la infinita tragedia que acarrea un terremoto y conoció el signo del vértigo en el azul del Pacifico, el misterio de las huellas de Nazca y los silencios forzados de las ciudades prehispánicas.
Andando hila el pasado con texturas de su presente teñidas de tonos naturales, en equilibrio con cantos, ruegos y bendiciones. Se reencuentra en la luz andina, en los astros, en el firmamento y en los elementos que conforman el sur que piensa y descifra.
Entre ecos de huaynos, morenadas, junto a danzantes, bailes de turbantes y de indios, vibrando con bronces y tambores al interior del desierto, fue curando el quebranto de haber perdido uno de sus seres más queridos, su madre. Pero en las fiestas andinas recibió el regalo de saber que aún sin tener nada se puede tener la fuerza para bailar día y noche al cielo y lo celeste desde cualquier calle de tierra con digna humildad.
El viaje de Luca es un recorrido por la espiritualidad de la naturaleza, por la sabiduría de las fuerzas originales, donde se impregna y bebe como animalito herido por la domesticación de su cultura. Busca, quizás, regresar a ser un habitante silvestre. Añora un tiempo que imagina. Recorre. Pasa y quiere dejar de ser jardín o cuidado paisaje. El suyo es el relato de un tránsito a favor de la vida, de llegada a las cercanías de lo humano. Es un viaje arriesgado donde la única parada es el movimiento.
Sin duda es un espíritu nómada que quiere hacerle frente a su manera al horror industrial del cual se fuga. Así indaga en el fuego de los hielos australes y en la injusticia del oro del norte grande. Se nutre de los tonos cobrizos de los salares, y propone poco a poco un itinerario más místico que turístico. Es un viaje al autoconocimiento y de encuentro con la vitalidad de la naturaleza nativa.
Es probable que en este transitar más que compañía humana busque la cura radical a las dolencias que le han causado la competitividad y el consumo que lo templaron en Europa. Quizás sólo por eso desembarcó en América Latina, buscando desesperadamente la alquimia que le permita dejar atrás la violencia de vivir como cría de cierta clase de soledad consecuencia de la civilización.
Ha tenido la valentía de partir y de llegar al fin del mundo, a la tierra más triste y también a carnavales y festejos. Ha tenido también que aprender a dejarse ir en un tímido rayito de sol y a avanzar con paso firme por caudalosos torrentes submarinos para renacer bailando un huayno en el Valle del Mantaro. Además ha debido confiar en el viento y ascender montañas hasta perder las formas y convenciones conocidas, los dialectos y palabras de la academia para verse a sí mismo con los ojos morenos del cielo andino.
Seguro que más de alguna vez añoró un pedacito de tierra firme, y si lo encontró siguió adelante, para dejarse caer otra vez en el arrecife y perderlo todo de nuevo. Se eleva y cae, confiando en tanto en el padre, como en la pachamama.
A América Latina, este viajero o viandante, le debe la valentía, el aguante, la esperanza, el sediento delirio, una que otra pena, las fronteras, muchos cantos, el ritmo de la compañía y la melodía bella de tener un sentido. Seguro le debe la promesa de volver. También le debe la humildad, los dialectos de tantos pájaros, una cierta forma de andar medio reñido con la seguridad, y el maravilloso aprendizaje de tener un camino de regreso.
Seguramente después del viaje, Luca no recuperará nunca al hombre que era cuando partió, cargando sus herencias de occidente. Nada podría ser como antes de iniciar el recorrido, que lo obligó a renunciar a cierto tipo de oro para conducirlo a otra clase de fortunas, como la de la integración consigo mismo y con el todo. La experiencia ha sido colosal y ha debido vivir hondamente la ausencia, la creencia, la fraternidad y la esperanza o quizás sólo ha vivido, siguiendo las causas y las consecuencias de ser un hombre.
En el itinerario que relata en el libro, reflexiona sobre las relaciones humanas, la verdad de compartir, la capacidad de renunciar a lo que lo sofoca y buscar horizontes donde encontrarse.
Consciente de que las decisiones que ha tomado al iniciar el larguísimo viaje y aunque a veces se le torna intolerable, continúa avanzando y arriesgando, quizás con la perspectiva de ir abriendo caminos nuevos. Sigue su rumbo. Se encuentra con otros y en ciudades antiguas imagina a sus habitantes. En el trayecto a veces no tolera continuar cruzando fronteras y se pierde, se extravía mirando al sur, intuyendo ahí la continuación de la huella de su propio camino.
A la par de ser un viaje al interior, Luca propone un desafío social al compositor y en el transitar por Sudamérica va articulando una organización desde donde gestiona múltiples cursos de composición y actividades musicales. Así desde la plataforma cultural que ha llamado Germina.Cciones... - primaveras latinoamericanas defiende espacios para que los jóvenes tengan más oportunidades y ocasiones de diálogo. Ahí vuelca gran parte de su energía vital.
«Al final, todo esto también es para tratar de dar a los jóvenes músicos y artistas que empiezan sus actividades, la oportunidad de coparticipación y las atenciones que no recibí en mi camino pasado. Me sentí muchas veces solo, en el círculo vicioso de los concursos y de la competitividad».
Caminando y andando en Sudamérica, Luca las ha pasado literalmente todas. Partiendo por la violencia de un robo en Desaguadero en su primer día en Bolivia y un terremoto en Perú. Para seguir por la fascinación y el encanto que le produce empinarse en las cuestas de los caminos del altiplano y glaciares. Ha compartido tantas veces en los micros los aromas y matices de pueblos sencillos que aprendió a añorarlos.
Siguiendo al sol ha entrecruzado miradas con tantas formas de lo humano, pero también con los buenos pingüinos, sabios lobos marinos, ostentosos cormoranes, elegantes guanacos, veloces ñandúes, fascinantes cóndores y se ha fortalecido por la compañía de los árboles patagónicos.
Luchando con los lazos que tiene con Italia, en algunos instantes de melancolía le parece que sólo va sumando destierros y cosechando lejanías. Pero se empina, se anima y se eleva nuevamente. Sabe que hay tanto más que aprender y que dar. Sigue al lado del sol y sueña ser agua que fluye:
«Quisiera ser una gota del agua del río que acoge a los escasos riachuelos que bajan de las paredes de las montañas de la parte oriental de la Cordillera Blanca. Aquel agua que confluye en un afluente del Río Amazonas, atraviesa por completo la selva y desemboca en el Océano Atlántico al final del viaje».
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