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Luca Belcastro
Reflexiones latinoamericanas
El proceso creativo y Germina.Cciones...
LIBRO y E-BOOK - en castellano (2016)
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- Parte II -
PRÓLOGO
"Al lado de la autopista"

* de "Sacbeob - Escritos latinoamericanos" *


  Nací en Como, una pequeña ciudad al norte de Italia, al lado de la frontera con Suiza.
  Viajando por América Latina, me di cuenta rápido de como el nombre de mi ciudad fuese un poderoso generador de loop. A la pregunta "¿De dónde eres?", me era casi imposible contestar "Como", porque, en la mayoría de los casos, me repetían la pregunta. Entonces aprendí a contestar: "De cerca de Milano", para evitar malentendidos. Y esta proximidad es la verdadera realidad de Como, una ciudad satélite, al igual que otras, a una distancia de más o menos cincuenta kilómetros de Milano, la metrópolis de Lombardía, quizás la región con la mayor densidad de habitantes de Europa. En esa zona, muchas personas que viven en ciudades como la mía, encuentran posibilidades laborales en el centro urbano cercano, más grande, una ocupación que los obliga a levantarse temprano todas las mañanas y a viajar, por lo general en auto, rumbo a Milano. Recorrer la corta distancia entre las dos ciudades de noche en la autopista no lleva más de media hora, pero de día y cuando la gente, una enorme cantidad de "pendulares", se dirige en la misma dirección y en el mismo momento al lugar de trabajo, el tráfico es tan intenso que el tiempo necesario para alcanzar la meta se extiende mucho, muchísimo más.
  
  Un hombre se levanta temprano, antes que sus familiares, después de una noche agitada y llena de pesadillas. El estrés y la ansiedad continua no le permiten descansar con serenidad. En el silencio, se ducha, se viste rápido, sube a su auto y se dirige al trabajo. Cada día necesita por lo menos dos horas para llegar a su destino, dos horas de viaje en un vehículo, haciendo cola en una autopista, solo, luchando con sus pensamientos, sofocándolos, olvidándolos.
  Aún parece de noche, a su alrededor hay tantos otros en una situación similar, en autos grises, azules, elegantes, nuevos, perfectos, que en la semioscuridad parecen todos iguales. Y en cada uno va sólo una persona, recién levantada, pero "lista", bien "confeccionada" con su traje de empleado estandarizado. En todas las direcciones se ve la misma imagen, delante es igual que al lado e igual que atrás. Uniformidad.
  El tiempo transcurre lento y él sigue en la cola, evita cruzar las miradas, fijas en el vacío, de los desconocidos compañeros de viaje que transitan a su lado. A su izquierda, el sol aparece en el horizonte y sube lento, detrás de los setos, continuos y regulares con florcitas grises teñidas por el smog, o detrás de los bloques de cemento bien alineados, que separan los dos sentidos del tráfico, y que parecen contribuir a evitar que se encuentren las miradas de los que esperan en la fila en la dirección opuesta. De todas partes llegan los sonidos y las voces de los programas radiofónicos con músicas comerciales y noticiarios, todos iguales; son como un gran efecto sonoro de espacialización, sin filtro. El hombre baja el volumen de su radio para contestar las llamadas y los e-mails de trabajo en un celular computarizado último modelo, dotado de conexión internet; para ahorrar tiempo, porque le parece evidente, cada vez más evidente, que el tiempo es dinero.
  Las señales de tráfico indican con precisión las sucesivas salidas y la distancia que lo separa de la meta, cada vez menor, con regularidad sistemática. Señales redondas, paradójicas, indican los límites de velocidad. Autos "purasangre", recalcitrantes, de última generación, que pueden alcanzar los 200 kilómetros por hora en pocos segundos, están obligados ahora a un perezoso paso de burro.
  Al fin llega y, como le enseñaron que el tiempo, además de dinero, es también oro y que es un deber ser productivo, trabaja todo el día casi sin pausas, sentado frente a la pantalla de un computador, sin comunicarse con sus compañeros, sin hablar... otra vez solo. Quizás a veces chatea con desconocidos, hablando de nada, creyendo que así no descuida la vida social, sin darse cuenta de que alimenta aún más su propia soledad.
  Al terminar la jornada regresa al auto, que lo espera, manso. Transcurren dos horas antes de que pueda llegar a su dulce hogar, ya casi sin energía.
  -¡Qué nadie me moleste! ¡Haz callar a los niños!
  Come algo, quizás de preparación rápida, vagabundea haciendo zapping en los programas que recibe su nuevo televisor de cuarenta y dos pulgadas de altísima definición, transmisiones que, junto con los últimos videojuegos, lo ayudan en sus esfuerzos para evitar pensar. Poco después, se va a dormir a la espera del día siguiente. Ya sabe que será igual al anterior y al anterior del anterior.
  
  Está de nuevo en la autopista. El sólo hecho de pensar que nunca podrá dejar de encontrarse de manera sistemática en semejante desfile lo asusta cada vez más. Ansiedad.
  -¿Me atrevo? No, mejor mañana.
  Ya experimentó la sensación de vacío, de inmovilidad y el deseo de cambio, pero nunca ha logrado ganar a la inercia de su estado. Toma valor.
  -¡No! ¡Hoy será un día distinto!
  Mira a los demás a su alrededor, de reojo, repasa en el espejo retrovisor las huellas que el tiempo ha estampado en su rostro, y una vez más, mira su entorno. Una señal indica el kilómetro 40, como la edad que acaba de cumplir. La hilera empieza a movilizarse, pero él se mantiene quieto. Abre la puerta del auto y baja. La fila que avanza despacio, se detiene de nuevo. Titubeante al inicio, pero cada vez más ligero, rápido y decidido, va hacia el lado de la autopista, sale de la cinta de asfalto drenante y comprueba, con gran emoción, que ve por primera vez el mundo, su propio mundo, desde un punto de vista distinto. Observa cómo cientos de personas dirigen sus miradas apagadas hacia la misma dirección, siente sus soledades. A pesar de que ahora percibe la realidad desde una perspectiva nueva, sigue siendo solo como los otros. Se siente inquieto, extraño, distinto a su normalidad, se le presentan, irrefrenables, miles de pensamientos, de preguntas. Sensaciones.
  -¿Qué hago? ¿Cómo puedo compartir esta emoción tan fuerte? ¿Cómo puedo lograr comunicarla?
  
  En la selva de los recuerdos se le aclara una imagen precisa. Advierte la viva y fuerte impresión que sintió cuando niño al encontrarse de frente a un ficus centenario. Estuvo un largo rato mirando el árbol. Sentía crecer dentro de sí, cada vez con mayor intensidad, la necesidad de contarle a alguien lo que sentía.
  -A mi mamá, se lo contaré a ella -pensó.
  Corrió a su casa y, con las primeras palabras que encontró, en un aliento, le expresó su emoción, pero la madre parecía no comprender semejante exaltación ni lo que sentía en lo profundo.
  -¿Por qué pasó esto, si mis emociones eran reales? Es difícil encontrar las palabras correctas, adecuadas, para comunicar el propio mundo interior - piensa ahora - cada palabra tiene su importancia. No debe haber ni una más, ni una menos, ni una distinta. ¿Quizás esto se parezca a la poesía?
  
  Sigue solo al lado de la autopista y empieza a gesticular, a gritar lo que siente. De pronto, una mujer en un auto gira la cara, sus miradas se encuentran. Después de ella otra persona y otra más repiten la acción. Su corazón palpita fuerte. En ellos se despiertan las mismas vibraciones que él siente y que mantenían apagadas en el fondo de sus almas. Algunos empiezan a bajar de los autos, se acercan y como él, comienzan a ver al mundo de manera distinta, a darse cuenta de la innaturalidad de sus vidas y de la existencia de otras posibilidades, de otras realidades.
  
  Quizás esta sea la tarea de un artista, de un creador. Bajar del auto, ver las cosas de manera distinta, desde otro punto de vista y, siguiendo sus necesidades, encontrar los medios y las palabras precisas para manifestar y comunicar sus emociones, hasta que otras personas también puedan vivirlas y compartirlas.

[continúa...]


Extracto de Reflexiones Latinoamericanas.
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